Encuentros:
El núcleo de las voces era la propia
ciudad. Exigían mi presencia. Necesitaban una maldita firma, una dedicatoria en
la primera página de su novela. Deseaban postrarse ante la idiotez más banal
del universo y soltar una lágrima de conveniencia. Quizás era debido a la
sobredosis de telerrealidad, no sé. Soñaban con acudir a una casa de empeños con
esa primera página dedicada. «Tengo la firma del autor, de cuando era un
desconocido, un cualquiera…»
En cierto modo me obligaron.
No tenía ganas de montar un evento
fantasma.
Aun así lo hice.
¿Qué pasó? Lo evidente. No «acudió casi nadie»
a la cita. Podría resumir el acontecimiento como una reunión entre colegas.
Estuvo mi hermano y uno de mis mejores amigos. Nos tomamos una par de cervezas.
Hablamos. En el momento más álgido nos inventamos un nuevo concepto:
«Bicalvonato Sádico». Reímos sin parar durante minutos.
El único asistente ajeno a la fiesta vino «de
parte» de un lector desconocido. Quería una novela dedicada. «¡Bien! Uno es
mejor que cero». Le vendí un ejemplar y el tipo se largó de allí como alma que
lleva el diablo. No tenía interés. Era un enviado apático.
A la hora prevista nos fuimos de allí.
Añado: los dueños del local me compraron un
ejemplar cada uno.
Desencuentros:
Soy un negado. Detesto organizar eventos.
Aborrezco ser el foco de atención. Estar ahí, sentado en una silla, firmando
novelas y regalando sonrisas. No me resulta agradable. Es tal el esfuerzo que
tengo hacer que me parece un insulto lo que ocurrió el otro día. Pese a todo, no
le guardo rencor a nadie. El error fue mío. Siempre es mejor pedir el dinero
por adelantado.
Ahora viene la controversia: en realidad me
lo paso bien cuando me dejan tirado.
Brutal, ¿verdad?
Lo del día 12 fue gratificante porque me
demuestra que la empatía no existe. Nihilismo, amigos. Soy el oráculo de Matrix
transformado en un escritor desconocido que se pudre en un piso de la
periferia.
El desencuentro fue con la vida, con el
concepto «existencia».
La falta de público forma parte de todo
esto.
No me asombra.
La gente suelta cosas agradables por la
boca y luego obra de una forma dañina. Es mejor donar diez euros a los
refugiados sirios. Así puedes vacilar con tus amigos y amigas: «¡Eh! Soy una
buena persona». Para hacerlo no tienes que salir de casa, con un «clic» es más
que suficiente. Luego, para compensar, dejas tirado al escritor de las firmas y
ya está. No pasa nada. Ya le compraste el libro hace un mes. Lo de la dedicatoria
lo decías en plan donativo emocional.
Añado: yo tampoco estuve en el evento.
Fallos crónicos:
La presentación fantasma no es de mi agrado.
Organizo todo a regañadientes. «Puede funcionar, sí, puede funcionar, sí, va a
funcionar, sí, SÍ, SÍ». Mi interior canturrea. Nunca hago nada a punta de
pistola.
El fallo crónico es la sociedad.
El fallo crónico eres TÚ.
¿Y qué más?
Soy un malqueda profesional. No me importa
que la gente pase de mi culo. Me es indiferente. Sé cómo actúa la gran
serpiente descabezada: queda contigo y luego no aparece. Lo que no sabe es que
en realidad te está salvando la vida.
El fallo crónico es la desesperanza.
Escribo para que me lean, para que me leas,
para soltar lastre. Las relaciones humanas pertenecientes al plano físico no me
interesan en absoluto. No escribo para sentarme detrás de una mesa y hablar en
público (aunque se me dé bien). Lo de las dedicatorias tampoco me interesa, lo
hago por los demás, para no exterminar las ilusiones de cierto tipo de
personas.
El fallo crónico es que ciertos mensajes de
Messenger y WhatsApp son en realidad el latido de apocalipsis.
Añado: si no entiendes lo que acabas de
leer no pasa nada.