Si contamos
con la publicación de Desesperación, en diciembre de 2022, Wormhole
es la penúltima novela de Daniel Aragonés. La penúltima novela publicada,
claro, porque este autor es como uno de esos arcabuceros de antaño, que te
acaba de disparar, pero tiene otros once frascos de pólvora al hombro para
llenarte de plomo.
Ahora voy a dejar de divagar y voy a centrarme en Wormhole. Tengo que admitir que cuando comencé a leer esta novela, me costó meterme en ella. No cerré y tiré el libro por la ventana en la primera veintena de páginas porque conozco al autor y podía imaginarme que tendría algo preparado, un buen show literario. Y en efecto, Daniel Aragonés tenía preparado todo un tinglado metafísico, oscuro y psicodélico. De estar a punto de tirar el libro por la ventana a verme obligado a leerlo en una sola tarde.
Tras esa primera puesta en escena un tanto espesa, todo cambia, sobredimensionando de una forma prodigiosa la grisácea vida del protagonista. Y no me refiero a sobredimensionar de una forma peyorativa respecto al texto, todo lo contrario. A veces la locura, no es locura; a veces el personaje más mundano con el que nos cruzamos por la calle, puede ser un dios en la tierra que camina en chándal metido en sus propios pensamientos.
En Wormhole, entre sus páginas, se puede leer a un escritor que navega libremente en sus propias historias. Historias que son tan parte de él, como él de sus historias. No importa el género, ni tanto el concepto, como el potencial inmersivo del texto. Una forma de ser algo más que un mero espectador casual. Daniel Aragonés crea una pesadilla atípica. Capaz de sacar de la apatía al cerebro, hacerlo funcionar como pocos productos literarios o cinematográficos son capaces hoy en día; centrados en su inmensa mayoría en el propio entretenimiento.
Wormhole no es entretenimiento, es una experiencia para la que hay tener la mente abierta y con la que no hacerse preguntas. En mi opinión, la mejor novela de este autor junto a Hedor II. Sin lugar a dudas, es hasta la fecha su opus magnum.