Le
mete los pulgares en los ojos y no deja de apretar hasta que se hunden por
completo. En la sala, algunos alumnos no pueden evitar la repulsión y vomitan
sobre sus compañeros. El coro de regurgitaciones se extiende como la pólvora, unos
por la brutal escena protagonizada por el sargento instructor A.C., y otros por
el asco y el olor ácido de la comida a medio digerir de sus compañeros.
Los
gritos de dolor reverberan por la sala. Se clavan en los oídos de cada uno de
los alumnos como si fuesen alfileres al rojo vivo.
El sargento desencaja los dedos de las
cuencas oculares de su víctima y, haciendo uso de su cuchillo reglamentario, le
rebana el pescuezo sin miramientos. Sobran los prisioneros en el hangar de instrucción.
—Sentir pena o asco es algo que no os
podéis permitir. —El sargento agarra a la víctima del pelo—. Este individuo,
señoras y señores, es un asesino de masas, un pedófilo, un incitador, y forma
parte del cuerpo de élite de nuestro enemigo. —Suelta la cabeza con desdén,
como si estuviese jugando con un trapo viejo. Todos aprecian cómo exhala su
último aliento. Una baba densa y rojiza cae de su boca en un goteo regular. El
sargento sigue con la charla—: Nosotros también somos asesinos de masas y
pedófilos para ellos. Nuestro enemigo no dudará en hacernos sufrir como a
perros sarnosos. —Un golpe sobre la mesa—. ¿Alguna duda? Bien, lo suponía. —Se
pausa y hace un barrido completo—. Si alguno de ustedes quiere abandonar el
barco, este es el momento.
Adriana levanta la mano.
—No quiero seguir, señor.
—Bien, Adriana, baje usted aquí.
La joven cadete desciende la grada y se coloca
al lado de la mesa del sargento instructor. Se puede apreciar un ligero temblor
en sus mofletes. Las rodillas se le doblan.
—¡Queridos! Esta muchacha es la persona más
valiente de la sala, y no lo digo por sus pensamientos, que seguramente los
comparta con muchos de ustedes, sino por sus actos. Sí, señoritos y señoritas,
ella es ejemplo total y absoluto de soledad por principios. Valentía por
ideales.
El sargento agarra a la joven de la coleta,
saca su cuchillo y se lo clava en la barbilla con tanta fuerza que la punta
asoma por el cráneo. A.C. continúa como si no hubiese pasado nada.
—La lección de hoy es muy sencilla: un solo
individuo no puede cambiar las cosas, pero es capaz de modificar la conducta
del grupo. En circunstancias normales, Adriana hubiese sido eliminada sin que
ninguno de ustedes se enterase, lo cual hubiese un error por nuestra parte, ya
que no es eso lo que queremos. ¿Por qué? Porque los actos de buena voluntad
tranquilizan a la tropa, y nadie quiere ir a la guerra con una cuadrilla de soldados
despreocupados y benevolentes. Pensaríais que no pasa nada, que esto es un
juego y se puede abandonar sin consecuencias. —Los mira con furia—. El error de
mi acción es que ahora podéis uniros, o crear dos bandos, y levantaros contra
el alto mando. Eso es lo que pasa cuando se recibe un ataque frontal. Las
emociones nos traicionan.
Se acerca a su escritorio, abre un cajón y
agarra su pistola reglamentaria. La manosea mientras camina de un lado a otro
de la sala. Parece tranquilo, pero con A.C. nunca se sabe, es un tipo
impulsivo, frío y calculador.
—¿Adriana era débil? No, todo lo contrario.
La pena es que las naciones no se levantan con personas del carácter
inteligente de vuestra compañera. El grupo de líderes tiene que ser despiadado,
a ser posible, psicópatas. —Sin previo aviso, levanta el arma, apunta y
dispara. Los sesos de Manu bañan a sus compañeros más cercanos—. Manu leía
filosofía, era capaz de pensar de un modo independiente y crítico. Capaz de
incitaros y adelantar vuestra muerte de un modo inevitable. Quiero que
entendáis que no se trata de algo personal. Mi deber es proteger nuestro núcleo
de población.