Las chimeneas de los grandes hornos lanzan un mensaje de
ahogo y desaliento. Humos negros y densos que anuncian el comienzo de un reinado maléfico, preludio
del apocalipsis.
La Reina Ejecutora se yergue sobre la torre norte del Santuario del Mal. La carcajada que emite se escucha por todo el reino,
estridente y dañina, incisiva, cruel. El Rey de las Tinieblas la abraza
mientras esboza una leve sonrisa. Todos saben que los poseedores del amor
verdadero por fin están juntos. Nada ni nadie los podrá detener.
Millones de esclavos arden, gritan, se retuercen. Ellos
fueron los culpables del dolor, de la indiferencia racionada que acabó con las
capacidades comunicativas de los reyes. Ellos separaron las energías que parten
de un mismo núcleo, y ahora deben pagar por su osadía.
El interior del templo se encuentra tranquilo. La paz que se
respira es incomparable, única, inmortal. Es como si toda esa rabia en racimo
fuese mero alimento para el sosiego. El principio básico del equilibrio tiene
altas dosis de caos y orden, antagónicos ligados entre sí hasta el fin de los
días. Así funcionan las energías primigenias.
La Reina Ejecutora camina con inocencia, se despoja de todas
sus prendas y se deja caer sobre la cama. El rey, completamente desnudo, se tumba
a su lado y la abraza. Pasan las horas muertas mirándose, agarrados,
regalándose caricias y besos. Toda esa muerte que los rodea se convierte en
placer. Un orgasmo de gritos y chillidos convertido en silencio, en calidez, en
aliento de fuego.
Dedicado a la verdadera Reina Ejecutora.