Esa fatalidad perenne desaparece. Esa mentira se disipa.
La emoción interna se transforma en sobresalto de incredulidad.
Aparecen personajes hercúleos ofreciendo soluciones
para asesinar al monstruo y salvar al pueblo de la quema. Sin embargo, nadie
nos habla del bicho al que deseamos eliminar. Solo existe la vacuna, nada más.
Esa fatalidad perenne no desaparece porque sigue
siendo perenne. La mentira simplemente se ha disfrazado de verdad. Y la emoción
sufre, transmuta, se convierte en gusano y muere.
Pactan los caballeros con los demonios, los demonios
con los ángeles y los ángeles buscan a un Dios ilusorio y nada presente.
Soy fatalista, lo sé; el conflicto nunca dejará de
atormentarme.
Creo en la mentira como en cualquier otra forma de
verdad.
Y en lo que se refiere a los sentimientos me declaro
libre de cargos.
Los monstruos están aquí por el mero hecho de que
alguien les creó. Y por su propio bien se mantienen al margen, ajenos a las
quemas cíclicas. No quieren intervenir, no fueron creados para luchar o
masacrar de una forma física. El problema son sus defensores: los ególatras trajeados.
Fatalidad, divino tesoro disfrazado de mentira emocional.
(Dr.
Irreverente@return-f.t.w)
Describes algo que siento. Me encanta.
ResponderEliminarSupongo que se trata algo universal. Puede significar muchas cosas al mismo tiempo.
EliminarMuy buen escrito.
ResponderEliminarLe felicito.
Abrazos.
Muchas gracias, Rosa. Un placer.
EliminarAbrazos.