Resuenan las incoherencias: los
colores de la bandera son de acuarela, hueso fundido y realidad ahumada.
El paraíso de las guerras infernales
se deja ver por las calles de la vieja ciudad. Los rayos de Zeus no son más que
símbolos huecos.
La pureza se hunde en el pozo de los
deseos oscuros.
Miles de salchichas alemanas,
deformes todas ellas desfilan. Sus trajes se parecen, o igual es mera
impresión, a ciertas vestimentas instauradas por aquel tipejo malhumorado de
extraño bigote.
Blancura: oscuridad perfecta.
Amores perdidos en callejones de
lujuria buscan viejos abrazos enterrados bajo el lodo de las prisiones
hipotecadas.
El esqueleto del banquero supremo
ofrece abrazos a muy bajo interés. Resuenan las incoherencias (sigo diciendo).
Se escuchan notas lúgubres y movidas.
Baila mi cuerpo… mi alma muere.
Los besos de la crisálida avanzan.
Tan solo uno de ellos, convertido en
puñalada, es capaz de apagar la luz de la blancura para siempre.
No hablo de amor, es evidente; hablo
de hecatombe y apocalipsis. Hablo del agujero negro que nos deglute y conduce
hacia sus cálidas y virginales fauces.
No cierres los ojos esta noche.