Las máquinas, el mundo y el arrendado cráter ionizado
Por el Dr. Irreverente
-Inciso número dos-
Pacifico mis instintos frente al ordenador, empotro el
culo al trono de escritor rancio y aprieto la mandíbula hasta sangrar por las encías.
Estoy algo triste, melancólico y aturdido: extraña mezcla de sensaciones agónicas
y volátiles. Nada está siendo distinto a otras tardes, llevo horas escribiendo oscuridades;
crítica sombría, lóbrega, fosca y cruel; relatos sin sentido aparente y cuentos
para no dormir; opiniones y basura.
Mi máquina y yo nos conocemos bien,
llevamos años trabajando juntos (tecla para dátil; pantalla y ojo; pensamiento pasado
a símbolo). Pero últimamente siento que el embrague de nuestro vínculo está
fallando; la máquina se aleja y lleva un tiempo jodiéndome. Creo que no es algo
fortuito, tiene un plan. Primero pensé en sus años, era un portátil anciano,
resabido y cabrón. Quise creer que estaba enfermo, cansado o harto de aguantar
tanto trote, no sé, el caso es que decidí ponerle piezas nuevas para darle un
nuevo soplo. No escatimé lo más mínimo, él era el importante. Le regalé un
nuevo y brillante corazón neurálgico, pero el maldito insensible se pasó el
regalo por el forro metálico de sus “ciberpelotas”.
Ahora lo sé, quiere guerra, desea tener otro dueño y me está incitando al
cambio. Lo segundo que pensé fueron insultos relacionados con las máquinas y el
mundo (nada importante o todo lo contrario).
A día de hoy se niega a finalizar los
programas, se bloquea sin guardar documentos, parpadea, hace caso omiso, está
ausente.
Tiempo
real 20:01 del día 6 de
Mayo del 2013
Estoy sentado frente al ordenador, fumo y
bebo una cerveza fría; pienso en alto y me dejo aplastar por la tormenta. Necesito
mirarme en el espejo del váter; me encantan mis nuevas patillas estilo velcro,
quedan asquerosamente bien con la perilla. Me observo y pienso: “Las emociones
parecen no tener nada que ver con las máquinas”. Apago la luz y enciendo una
vela.
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