sábado, 25 de agosto de 2018

Guerra absurda




Hace calor en el bus,
los chorretones de sudor
caen por mi cuello,
emergen de cada poro.
Parezco un jodido runner
de fin de semana.

El vagón del metro
es una región helada
de la tundra siberiana.
¿De qué va esto?
Quieren conocer a Bateman,
no cabe la menor duda.

Una vez en la calle
descubro que Madrid
amanece fresco.
Una pátina de polvo
de cemento decora
el camino a la celda.
El olor de la capital
es una mezcla de sudor,
dióxido de carbono
y bollería recién hecha.

El ascensor del curro
tiene tres espejos
y una cámara de seguridad
instalada en un rincón
(hedonismo pornográfico
nivel barriada bonobo).
Te miras porque sabes
que algún pervertido
está sentado tras su silla
mientras ojea el monitor
de la sala de control.

Entro en la oficina
y mi compañero (uno de ellos)
tiene la máquina de aire
impulsando a cinco grados.
Le digo que suba la consigna,
tengo frío,
pero pasa de mi culo.
Le digo que menuda
«guerra absurda»
tiene montada a lo tonto.
El tipo me pone ojitos
y sonríe de forma ridícula.
No lo puedo evitar
y grito de forma potente,
soltando toda mi furia.
Subo el termostato sin consultar
y pongo cara de asesino.
Su respuesta es inmediata:
agarra el mando y baja
la consigna de temperatura.
«¡Puta guerra absurda!»,
grito encolerizado.
Mis formas no son las correctas,
así que decido irme.

El mundo es hostil,
pero no puede con mi furia.




No hay comentarios:

Publicar un comentario