La luz del vecino, un
enorme foco situado en su moderna terraza, entraba por la ventana del
dormitorio y no me dejaba dormir. Su proyección pintaba de gris todo cuanto
tocaba. La sensación era muy desagradable. Me daba la impresión de estar en un
túnel de carretera. Mi habitación se iluminaba y, al mismo tiempo, se
transformaba en cueva o caverna. El color dejaba de ser plural. Muebles grises,
sábanas grises, paredes grises y encogimiento; todo era gris, todo era
absorbente. Aquella luz transformaba mi cálido entorno. Era de locura, en
serio, imposible de narrar con fidelidad y realismo. Por más que lo intentaba
no podía conciliar el sueño. Sentía estar en el interior de una cueva del
cavernario, o, lo que es peor, dentro de una boca o un estómago de trol. Giraba
la cabeza para un lado. Me cubría la cabeza con la almohada. Nada funcionaba.
Dormir se resistía. Así que tuve que reaccionar. Fui a la cocina sin encender
ninguna luz, cabreado, dando pistones contra el suelo. Abrí una botella de vino
y me tomé un par de ansiolíticos. Es evidente que mi intención no era utilizar
aquellas sustancias de una forma racional. Quería drogarme, quedarme fuera de
combate, sucumbir, desaparecer, encontrarme. “No es día para poner títulos”, me
dije sin pensar mientras bebía amargamente de la botella. “Hoy es el día en que
se confirma la existencia de la combustión espontánea, sí…”, pensé. Quise creer
que era posible. Igual, por arte de magia imaginativa, gracias a la ley de
atracción o a cualquier otra chorrada o escarnio filosófico, una proyección de mis
elucubraciones se materializaría en forma de incendio casual y la casa de mi
vecino ardería en el infierno. Quise creer que una hecatombe salvaría mi vida,
destruyendo la casa de ese detestable y maleducado ser y acabando de una vez
con aquella maldita luz. Pero no. Era imposible que tales actos mágicos tuviesen
lugar. Solo me quedaba terminar el vino lo antes posible, tomarme otra pastilla
y volver a la cama antes de que el coctel explosivo y desmedido hiciese efecto.
Cuando volví a la habitación la luz había
desaparecido.
Con una pedrada hubieras resuelto el problema del foco. Sin embargo, no hubieras escrito este relato y eso tampoco es bueno. El destino cabrón...
ResponderEliminarLos juegos de luces nocturnas siempre son interesantes, para bien o para mal.
EliminarUn abrazo, compañero.
¿Y qué sería de nosotros sin las pequeñas (o grandes) putadas del día a día? Personalmente tengo comprobado que mis periodos más productivos como escritora, coinciden con aquellos en los que estoy hecha polvo.
ResponderEliminarSuele ser así en mi caso. Los buenos momentos los vivo desde la realidad, y los malos, los mando al papel.
EliminarUn besazo.
Jode me gusta lo que dice J,C, para que me voy a repetir? si te llega el mensaje por duplicado es que yo no tengo ni luz ni cuevas.
ResponderEliminarEs un relato. Suelo dormir muy bien... jajajajaja
EliminarBesazos.
Realmente sorprendente, cosaque no dejas de hacer.
ResponderEliminarGracias, chache, porque sé que eres tú...
EliminarUn besazo.
Eres una máquina... Es cojonudo...
ResponderEliminarGracias, anónimo. Un abrazaco.
Eliminar