Al cerrar los ojos
puedo verlos, dan algo de miedo, pero están ahí. Salen de la oscuridad y
convierten el negror en un bosque milenario, en una caverna solitaria y baldía.
Son una especie de monstruos descabezados, enormes. Los ojos no los llevan en
el cuerpo, son algo independiente; globos anárquicos capaces de flotar en el
aire. La primera vez que les vi me encontraba en una calleja oscura y sucia.
Volvía de fiesta, iba algo borracho y desorientado. Me encantaba caminar por la
ciudad a esas horas, en plena madrugada, fuera de mis cabales y de la ley. Era
una noche de romper con la rutina, otra noche más. Noté su presencia a la
altura de una vieja discoteca abandonada, en mitad del pasaje. Me quedé allí
quieto, inmóvil, en silencio, y sin saber por qué cerré los ojos. Entonces les
pude ver por primera vez, escondidos en la oscuridad, a la espera. Desde esa
madrugada, y hasta hoy, están conmigo, y nunca me han hecho daño. Simplemente
provocan miedo y crean el caos a mi alrededor.
Supongo que estoy demasiado acostumbrado a
sus desplantes. Ya no soy consciente de su presencia. Son un apéndice más.
En una ocasión fui testigo de su verdadero
poder. Alguien me jodió y reaccionaron en su contra. Fue algo sucio y rastrero
procedente de un viejo amigo, un acto de cobardía y envidia que me arrastró
hasta un pozo existencial bastante desagradable. La jugarreta fue horrible.
Pero ellos, los monstruos, nivelaron la balanza a mi favor. Todavía recuerdo el
rechazo. Mis amigos me dejaron de hablar, la familia me dio de lado, la soledad
se instauró en mi devenir diario. Fueron movimientos inquietantes y amargos. El
traidor jugó con mi alegría y despertó a los monstruos. Fue sencillo, cruel y
paradójico. A los pocos días, ese supuesto amigo se durmió al volante y casi se
mata. El resto de implicados directos, uno por uno, fueron sufriendo las
consecuencias de su actos. A la mujer del traidor, estando frente al tocador,
se le desplomó el espejo. Las heridas de los cristales dejaron cientos de
cicatrices en sus piernas. Otro par de amigos fueron absorbidos literalmente
por un socavón en mitad de la gran urbe.
Les puedo ver y les respeto. A veces les
escucho susurrar. Suelen estar tranquilos, y dan algo de miedo. Están ahí,
sentados a mi lado.
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