lunes, 12 de octubre de 2015

#contracampaña





Saco la cabeza por la ventana del motel, vomito y veo el cartel. Todo ocurre al mismo tiempo. La borrachera se sale de madre: me da vueltas la cabeza; los pensamientos no fluyen correctamente. Predomina la ira. Estoy fuera de lugar en todos los sentidos (ausente de la realidad). Contra todo pronóstico, veo con claridad ese cartel que cuelga de la farola más cercana, es cierto, una realidad, está ahí y no da vueltas. El busto de un tipo sonriente y trajeado se dibuja en la proclama. Se pueden leer unas siglas, no importa cuáles, y unas promesas ridículas. El color amarillo limón predomina. Hasta la corbata es de ese color. Son “basura amarillista”.
    La maldita campaña electoral ha comenzado.
    Me sienta peor ver esa cara que la botella de whisky que me he tomado. Es vomitivo, sobre todo por el gasto de dinero y el inútil despliegue de medios. Hoy mismo he estado en el ayuntamiento, para solicitar un trabajo o una ayuda, algo, y no tenían dinero ni para imprimir impresos (eso han dicho). La bolsa de empleo está paralizada por falta de medios, la basura se sale de los contenedores y los negocios pequeños caen en picado. Pero todo eso da igual, lo importante son los carteles, la campaña, difundir la mentira, envenenar a los más idiotas (no os sintáis heridos por mis palabras, sino por vuestros actos contra el ser humano).
    Entro en la habitación y siento un retortijón. Sudores fríos. Se me nubla la vista. Voy al baño a toda prisa y me siento en la taza. A los cinco segundos ya no queda nada dentro de mí, tan solo la desazón de haber visto la geta de un tramposo colgada de un báculo urbano, y lo que conlleva, por supuesto: diseño digital, imprenta, transporte, un camión con grúa, al menos dos operarios, almacenes, combustible y asesores por decenas. Tiro de la cadena (pulso el botón, más bien). No funciona. Vuelvo a la cama e intento dormir, pero me es imposible con ese putrefacto olor y el careto de ese tiparraco rondando por mi mente (careta, diría). Así que decido unir ambas partes. Saco la escobilla y uso el recipiente de la misma para meter las excreciones. Sé que da asco, lo sé, en serio, no soy una persona insensible. Solo digo que la cara de ese pipiolo del partido amarillo queda mejor así: maquillada de color marrón.
    Vuelvo a la cama y duermo. Ahora todo es más auténtico.




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