¿Qué lleva a los hombres
a la ruina personal? ¿La codicia? ¿El hecho de no querer entender? ¿La
ignorancia? ¿El yugo planetario? Solo la Rata lo sabe. Ella los ve caminar
sobre el asfalto, con la cabeza gacha, arrastrando sus pesadas cadenas
emocionales, sus grilletes sociales y toda esa bazofia impuesta. No se dan
cuenta que no son los actores principales. En su inmensa mayoría, el papel que
desempeñan es tan mediocre que desprende un olor profundo, pútrido y patético.
¿Quién soy yo? Un tipo en la ruina más
profunda. Perdido. Melancólico. Herido en cuerpo y alma. Hundido en un pozo
oscuro, gélido y desangelado.
¿Qué busco? Nada.
Estoy en el Callejón de la Rata, perdido en
Taimado, la otra ciudad del pecado, escondrijo de culpables y nido de futuros
delincuentes; patria de perdedores sin principios; hogar de millones de
personas que no saben cuál es su efímero cometido; tumba de soñadores incapaces
de dormir; purgatorio de cadáveres que añoran una vida nueva. Camino por el callizo,
me adentro en sus fauces y observo. Las penumbras dominan la escena por
completo, lo cual, no ayuda, pues me encuentro borracho. Todo me da vueltas,
muchas vueltas, sin embargo, lo puedo ver con claridad. En la pared del fondo
hay un enorme contenedor metálico, lo llaman el confesionario de los roedores
ruinosos, morada de la Rata. ¿Qué hago? Entro sin dilación, sin mirar, y me
arrojo sobre un gigantesco cojín lleno de manchas. Saco la bolsa de papel para
borrachos ruinosos, giro el tapón de la botella que hay en el interior y apuro
todo el whisky de un solo trago. Trinco los bártulos de fabricación artesanal y
me preparo un cigarro. Lo enciendo y absorbo humo.
Vuelvo a explicarme entre puntos y frases
sueltas. Así es mi vida.
El interior no es más que una caja vacía de
metal oxidado, llena de charcos y carente de olor. Solo existe el cojín, el
pútrido cojín que marca el comienzo de la ruina —eso parece, al menos—. El
habitáculo está dividido por una plancha de acero repleta de agujeros. La luz
es tenue al otro lado, pero lo suficientemente fuerte como para iluminar todo
el cubículo a través de los agujeros.
—¿Buscas la ruina personal? —pregunta una
voz desde el otro lado.
Por mi parte ni siquiera me sobresalto.
Simplemente me limito a contestar con naturalidad.
—La vivo, no la busco —digo.
—Si la vives la buscas, eso es así. De
cualquier otra forma tú no serías un perdedor, sino un perseguido —dice—. La
Rata busca las diferencias, no las vive. Soy la diferencia, ¿entiendes, zoquete?
¿No sientes que tu vida se va por el retrete?
—La verdad es que no sé qué hago aquí, ha
sido un error —digo.
—Claro que lo ha sido, ¿lo dudabas? Eres un
perdedor pestilente.
Tiene que ser la Rata. Y de ser así, es mi
oportunidad. Necesito respuestas.
—¿Qué lleva a los hombres a la ruina
personal? —pregunto de golpe.
La Rata contesta en el acto.
Dice:
—Lo que vemos está codificado. Traducir la
realidad de una forma correcta no está al alcance de cualquiera, depende del
intelecto, de la conducción de los pensamientos. —Se pausa—. Si al menos los
medios informativos fueran imparciales, pero no es así, se dedican a difamar.
Difunden mentiras. Por lo tanto, depende de las gafas de cada uno. —Las luces
se apagan lentamente. La oscuridad total se hace con el espacio. Tan solo
brilla el cigarro—. La ruina nació en el Neolítico. Entonces abandonamos la
senda libertina de la destrucción compasiva y lo empezamos a hacer por placer,
deliberadamente y desde nuestros artificiales reductos de odio. —Se escucha una
risa aguda y siniestra—. Dejamos de ver la realidad tal y como era y la
transformamos en ciudades llenas de personas grises y vacías; en chimeneas; en
animales muertos; en comida pudriéndose al sol. La humanidad moderna es el
camino de la ruina. —La risa se intensifica—. El humo de la industria es la
ruina. La superproducción. El Capitalismo es la ruina. El odio. El desamor. Las
flores pisoteadas son la ruina. Tu visita. El aire que respiramos. Las empresas
esclavistas. Despreciar la diferencia es la ruina. Los cerebros agujereados por
las drogas son la ruina. El dinero. Las religiones. Las guerras de intereses.
Tus ideas retrógradas son la ruina. —Oigo su entrecortada respiración y de
nuevo la risilla histriónica—. Y te lo dice una puta rata, la Rata. Vine al
mundo a joder a los humanos, a decodificar sus señales subterráneas, a cagarme
en sus normas, a quemar su paraíso ruinoso y vil. ¿Por qué? Porque sí, y punto…
Todo se apaga. Mis ojos se cierran. El
mundo se vuelve negro. Estoy de nuevo aquí, en el vacío, en el bucle, ahogado
en la mentira. Piso la senda del perdedor. Correteo por el salvaje mundo de los
sueños —veo a la Rata disfrazada de libertad, soy la Rata.
me repito como el ajo, pero no puedo decir otra cosa, COJONUDO, TÍO
ResponderEliminarGracias, Juan, es un placer, una necesidad.
EliminarAbrazos.
Muy pero muy bueno!
ResponderEliminarTodo un honor.
EliminarAbrazos.