miércoles, 5 de octubre de 2022

«Sombras de arena», una historia de C. G. Demian

 


 

Caes a una enorme zanja cavada por el mismo Satanás. Emergen dos raíces secas y atrapan tus pies. Nada de agua o comida, tan solo un texto: Sombras de arena. Una tenue luz cenital te compaña. Debes leer, convertirte en un habitante más del extraño y apartado pueblo: Desolación. Y caer, no dejar de caer, hundirte en un sueño, aislarte del mundo de un modo onírico. La parte lírica de esta magnífica historia te deja en el limbo.

Así me sentí cuando empecé a leerla. Es casi como un poema. Oscuridad en estado bucólico. Una suave caricia capaz de matarte, igual que el veneno. C.G. Demian consigue trasladar nuestra mente a un pequeño mundo habitado por personas sencillas aptas para guardar secretos trascendentales. Seres mágicos, enamoradizos, caprichosos, egoístas. Un compendio de personajes que se mueven sin prejuicios por un agujero copado de arena y sentimientos encontrados.    

Ni siquiera voy a hacer un desglose de los personajes, me parece irrelevante. Se trata de un poema escrito en prosa —me repito, lo sé—. Una narración sublime escrita por una persona que se siente pequeña y dispara a lo grande. Así lo muestra en sus páginas. Se lee de una sentada y te hace viajar a lo más profundo de tus propias entrañas. Recorres cada rincón de tus infiernos personales, copados de secretos que ni tú mismo conocías, o que estaban olvidados. Te hace esperar con impaciencia un final que puede o no estar anunciado.

Casi al abrirlo muestra una muerte. Como puede pasar en cualquier pueblo del mundo. Cada habitante acude al entierro y le da el pésame a la viuda. Pero en entonces, la tristeza inicial se transforma en sombras, en viento, en soledad. Nada es lo que parece, las personas no somos bondad y buenas formas.

Enseguida me vino a la cabeza otra gran obra. Las vendería juntas sin ninguna duda: Hijos del hielo, de David Jasso, otro gran autor que muestra algo casi idéntico en sus páginas: ese deseo de avanzar hacia ninguna parte. Porque una cosa está clara, no puedes imaginar algo que ni siquiera conoces, si acaso, te lo puedes inventar.

Lo cierto es que debido a ciertas sutilezas me imagino al autor compartiendo merienda con Lord Byron y Mary Shelley. Sentado en su silla, al sol, disfrutando de esas reuniones mientras toma té con pasta y licor de avellana. Una oscuridad poética y sutil se oculta entre sus líneas, no dejando por eso de reivindicar cientos de cosa. Sombras de arena es una novela corta que se clava en el corazón como una estaca y deja ahí su veneno, el de la fatalidad.

 


 

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