miércoles, 30 de julio de 2014

Las realidades internas de Harry Princhettas



A veces escribo estos textos como si algún editor esquizoide fuese a publicarlos en un periódico de tirada nacional, pero nada más lejos, casi todo suelen ir al blog o al baúl del infierno, o a la basura. Son pedacitos metafóricos de mi vida, pedacitos irónicos de realidades internas, pedacitos exuberantes de vacío encriptado. Nada es lo que parece. Plasmo lo que veo. La calle es una enorme papelera rebosante de basura, y me gusta. Disfruto pisando deshechos. Debe ser que vivo en otro mundo, al margen de ciertas normas eludibles. Veo las cosas tal y como son, y así las describo. Es curioso, no sé de dónde saco la sensibilidad necesaria. Soy un bicho que vive pegado a una pantalla llena de letras, un enfermo mental encadenado a un cuaderno en blanco, un demonio errabundo, un tipo con una visión un tanto demoledora. Prácticamente vivo para escribir y mejorar, y cuanto más mejoro más me alejo de la realidad externa, y más escribo. Soy un monstruo de dos cabezas. Pero bueno, voy dejar de hablar de mí y voy a centrarme en otra cosa. La locura está de sobra, y las instantáneas que recoge mi cámara no son del gusto de todos.
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Haciendo balance: a cada ser humano le sobra el noventa por ciento de la población, es una realidad. Cada humano está en el punto de mira de un semejante, y si estamos todos vivos es por la suma de factores negativos. Por eso sigo defendiendo mi independencia pasiva. Cojo aquello que me interesa y dejo a un lado el resto de cosas. Pertenezco al noventa por ciento sobrante y disfruto de mi diez por ciento aceptable. Vivo en libertad vigilada, y siempre que me dejen, veré la posible futura masacre desde la ventana, y sin disimular la sonrisa.
    Haciendo balance: sobran armas y falta mano de obra desinteresada. Si le diéramos un arma de fuego a cada ser humano y carta blanca durante unas horas, los problemas del planeta desaparecerían (cacé el concepto en una película y me resultó interesante). Desde la ventana, amigos, desde ahí lo veré.
    Haciendo balance: somos un suicidio en masa, un espectáculo programado.
    Lo veis, la locura está de sobra.
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Tengo un amigo haciendo promoción e intentando vender sus novelas, no es famoso, simplemente escribe y publica, es bueno en lo suyo, sus historias son cojonudas, y sus personajes una maravilla, aunque tiene que seguir mejorando, le queda mucho camino por recorrer, y lo sabe, por eso es mi amigo. El caso es que entre los dos hemos observado una cosa relacionada con la promoción, se centra en el envío de mensajes vía internet: solo responde a la “llamada” el diez por ciento de la gente que hace gala de compartir una amistad con el artista –mi amigo–. Quiero que quede reflejado que no me refiero a los amigos de verdad, o a la primera línea de sangre, hablo de la segunda división, que básicamente son todos los demás: colegas, conocidos, amiguetes, compañeros, familiares olvidados y otros sujetos. Basándonos en esta común raza de personas, es normal que alguno de ellos sea despistado y no se de cuenta de nada, no hay que odiarle por ello, simplemente no te ha visto, no se ha enterado, no está en tu camino, se ha borrado sin querer, ha omitido sus impulsos afectivos y así con un largo listado aburrido e insustancial. No pasa nada, no tienen que ser tachados de mala gente, al menos en este caso concreto. Es mejor no hacerse heridas y pasar del tema. Son especímenes inofensivos. Sin embargo, hay otros seres, muy  tóxicos, relacionados con el mal hacer, que van por la espalda con intenciones negativas, a joder, a hacer daño. Esos seres son una jodida lacra para la sociedad, e infectan al resto. Por eso lanzo una proclama: “Se puede decir la verdad, no pasa nada; la franqueza puede ser la salvación, la cura del veneno”. Al final, mi camarada artista, después de analizar la situación conmigo, le ha quitado hierro al asunto y se ha puesto a insultar a los escritores y artistas más comerciales –entre él y yo, claro, sin herir–. Somos amantes del arte en general, no de los artistas. Y ahora el mundo busca artistas y deja el arte a un lado. Se queda uno de piedra ante tal comercialidad, es vomitivo y lamentable.  
    Tras la conversación con mi amigo he sacado el porcentaje, el mundo me ha dado la respuesta: a cada humano le sobra el noventa por ciento de las personas, no hay duda. El odio rosa existe, y no está bien darlo de lado, es una emoción histórica muy cruel. Odio en esencia, pureza podrida. La gente promete mil cosas, murmura por las esquinas, en los rincones, debajo de las mesas; la gente suelta verdades hirientes  y esconde la mano, y lo hace sin darse cuenta de que las verdades siempre llegan a puerto, antes o después, pero lo hacen. Por suerte, cada individuo cuenta con un diez por ciento de personas capaces de aportarle afecto verdadero y sinceridad impura (la perfección no existe). Solo sobra el noventa por ciento de la población (jajaja). La gloria no está al alcance de todos, recordadlo siempre.

Hasta otra...

domingo, 27 de julio de 2014

Ardientes colinas inexistentes



El infierno sigue donde lo dejé. Es el cielo el que no hace acto de presencia. Y por más que lo he buscado no he hallado su existencia, o siquiera un indicio de ella. Sin embargo, en el transcurso de la búsqueda he frecuentado infinidad de lugares, y todos tienen un pequeño rincón que representa el infierno, sin excepción. Algunos son un rincón diabólico en sí mismos, lo admito. He estado en antros de perversión, lujuria y sangre, locales capaces de herir la sensibilidad y crear traumas incurables, y en ninguno de ellos me he topado con un rincón que representase el cielo. Pertenecemos al infierno, solo hay que reconocerlo y seguir la marcha.

*

Marcar una meta en el horizonte es una mentira mal llevada. Prefiero vivir el presente y exprimirlo al máximo. Y con esto no me refiero a un suicidio programado. En mi caso, escribo para sobrevivir, es mi presente. Lo hago para expulsar mis males. Soy un personaje de ficción, y cuando escribo en primera persona me traslado al papel. Convierto lo que veo en metáforas, en relatos sangrientos, anécdotas casuales y absurdas o poemas oscuros. Opino lo que me da la gana, y tengo mis propias normas. Abarco la cantidad de cuestiones que veo oportunas.

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Vendo mi propia obra. A veces son novelas, otras poemas, y en raras ocasiones, relatos. Aunque no siempre las vendo, también ofrezco mis letras sin pretensiones, exponiéndolas en internet o regalando algún ejemplar firmado. Es un todo, no soy cruel; simplemente escribo con la intención de ser leído. Aquí es donde aparece el tema de los rincones que representan el infierno, en el trato personal que debo llevar con otros seres, sobre todo un modelo de SER en concreto. Nadie está contento con nada. La gente se queja, maldice, revienta. Existe la gente feliz, no lo discuto, pero en todas nuestras mentes existe ese maltrecho rincón infernal, sin excepción (y me repito). La metáfora se puede transponer donde se quiera o desee. El mal reside en nosotros, y la fatalidad, y el ansia de poder. No importa la medida, todos poseemos alguna cualidad infernal. En mi caso, el hecho de venderme, porque así lo veo, me pone en una posición que va en contra de mis principios, y eso me altera. Soy un chupasangre renegado, un demonio que aprieta la mandíbula para no matar.  Cuando salgo a la calle y me expongo ante los posibles lectores, veo sus tinieblas, puedo hacerlo, llevo muchos años buscando la luz y ocupando un hueco en el infierno, no me pueden engañar. Veo las tinieblas ajenas, escondido entre la maleza. La gente escapa de lo desconocido y se deja llevar por los bonitos anuncios que infectan el planeta, y no les culpo por ello, el veneno está en nosotros. Por todo esto, me da asco salir a la calle con la idea de vender mis libros, de ahí que haga a mi modo, siendo agresivo con los estorbos humanos que cría esta sociedad. Me quito de encima a los NO lectores tóxicos. Y no penséis mal, acepto la crítica y aprendo de ella, no van en esa dirección los tiros. Se trata de ciertos personaje que, no sé cómo explicar, son obstáculos ridículos; personas que están en el planeta para comer, insultar, pisotear a sus iguales y morir de asco. Leen a escritores de renombre y molestan haciéndose los interesantes. Por suerte, físicamente no suelen presentarse, aunque con alguno me he topado, solo actúan de forma virtual, anónima o por terceras personas. Son la mayor basura que existe. El mundo es un anuncio destinado a esos SERES.

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Relacionan mis escritos con la locura, la tristeza, el infierno, el apocalipsis, la crueldad y un largo etcétera muy parecido. Algunos se escandalizan y alejan de mi obra, y no les culpo. Puestos a no generalizar, diré que, muchos de estos personajes alejados, se ven tan reflejados en lo que leen que se dan miedo. Hay muchas realidades, pero la más voraz vive en nosotros.

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Me gusta describir cómo abro una lata de cerveza y me la bebo. Pero no lo hago al ritmo de mis personajes. Tampoco soy un asesino despiadado (creo). Me siento a escribir y disfruto, ya está. Intento hacerlo cada día un poco mejor. Procuro soltar mi furia. Plasmo las fantasías que salvan mis tediosas jornadas y me preparo la cena. No hago esto para complacer a nadie, y no voy a ser un ogro, me encanta saber que hay muchas personas a las que les gusta mi obra. Gracias a esa gente me siento un poco más vivo. Somos muchos los que conocemos el infierno. Somos muchos los que subimos cada día a las ardientes colinas inexistentes.


    El cielo puede esperar.



sábado, 26 de julio de 2014

Desde las entrañas





Ríos de lava sueldan las palabras,

y mientras sueño,

el tiempo se acaba.



La tristeza vuelve por sus fueros,

y por el camino destruye

las ilusiones que se forjan.



Las notas musicales del destierro

suenan con anarquía, alevosía y vileza.

El dolor ha vuelto a aparecer,

y con él, las cicatrices olvidas.



Estoy lejos del camino de baldosas amarillas.



Sin embargo, pese a los reveses,

no pienso sufrir en silencio.

Alzaré la voz hasta quedarme afónico,

hasta escupir fuego.

Y entonces ya será tarde para algunos,

muy tarde. Será el fin. Su final.



La poesía se instaura,

otra vez ocupa el primer peldaño.

Desde el lodo escribo ahora,

desde las entrañas de la bestia.



La tristeza está aquí,

arrastrando emociones,

aniquilando momentos de hormigón,

afilando estacas de otra era.



Estoy lejos de saber cuál es la verdad.

Ahora poetizo desde las entrañas. 


jueves, 17 de julio de 2014

Crónicas del pantano: Creosota.




Segunda novela de Daniel Aragonés, y primera de una trilogía que empieza de forma salvaje, como bien podréis comprobar en Creosota, y acaba por convertirse en una trama surrealista y fuera de lo común (pero eso ya lo iréis viendo en las siguientes entregas).

Son tres novelas independientes 100%. Se pueden leer separadas. Aunque su unión es la magia (y no digo más).

 



















Publicada por la editorial Alfasur.

ISBN: 9788415079330

Precio: 10 euros

Cómo comprarla:

    -Llamar a la editorial (telf.: 91 692 28 88) y pedirla (sin costes adicionales se te enviará a casa)

    -Encargarla en cualquier librería.

    -O esperar (igual coincidimos en alguna presentación, o en un bar, o por la calle, o vienes a verme y te la llevas puesta).














 

Creosota:

Existe un disco duro perdido, y al parecer, la información que tiene
grabada en su interior es de vital importancia para ciertas personas.
Bruno tiene que entregar dicho artefacto según lo acordado, pero no
trabaja solo, aunque eso nadie lo sabe, Herodes el Grande, su fiel
amigo de batalla, cubre sus espaldas desde las sombras.

Elisabeth posee ciertas claves, pero pronto se descubre que algo
inusual se cuece en el pantano, algo que viaja más allá de la razón.

La visión de la historia es extraña en sí misma.
Todo transcurre en el pantano, un área idealizada e inexistente,
ubicada en el sur de un país que cae en picado. El Grande, Bruno y
Elisabeth, los tres personajes principales; cada uno cuenta su parte
del relato por separado, en primera persona y expresando sus
emociones.

Locura, sangre, caos, intriga y lujuria criminal.
Amor, odio, humor negro y sátira.
Asesinatos, diálogos anárquicos, alcohol y sexo.
La causalidad también juega.

Creosota pertenece a la trilogía del pantano, una serie de novelas a
las que les une un extraño denominador común.