martes, 6 de abril de 2021

Delirios de madrugada I

 


 

De nuevo estoy despierto a las dos de la madrugada. Llevo tres horas con el niño en brazos y mi deseo de agarrarme a la botella de Jack Daniel’s crece por momentos. Quiero abandonar esta realidad tormentosa y absurda, pero solo el tiempo es capaz de dibujar nuevas sendas y crear mundos fantasiosos donde mi cuerpo caiga en una montonera de nubes de algodón de azúcar y descanse las horas muertas. 
    Recuerdo hace años, aquella botella de ron miel, y a cada instante un pequeño vasito de elixir helado, y cada dos horas un porro, y cuando llegó la noche un mareo alegre me obligó a cerrar el documento y encender la televisión. Afuera la tormenta descargaba con furia, tanto agua como electricidad convertida en rayos, relámpagos y estridentes truenos. Eran días en los que escribía y leía toda la tarde. Y al margen de currar de vez en cuando para no morir de hambre, solo hacía eso, sembrar documentos de letras, cultivar mi mente con historias y ensayos. 
   Ahora todo es distinto, y aunque parezca algo extraño, mucho mejor que aquellos días de borracheras y fumadas, de lecturas interminables y vomitonas sobre el papel en blanco. Es cierto que apenas duermo (dormimos), una media de tres o cuatro horas al día, sin embargo sigo en pie, falto de energía, pero muy feliz con este niño en brazos y una mujer increíble a la que adoro.
  El cansancio domina mi mente. Me frustra. Bombardea mis ideas y las intenta destruir. ¿Cómo estoy? Cabreado por momentos y lleno de vigor, lo sé, es una controversia. Procuro seguir escribiendo y editando, intento escuchar música y buscar grupos nuevos, jugar, sonreír, bailotear. Vivo para no dejarme llevar por cierta desidia que sobrevuela por encima de nuestras cabezas y nos apunta con su artillería pesada.