miércoles, 22 de noviembre de 2017

En la mierda





Estoy como ese viejo al que Hemingway tuvo días en alta mar. No quiero rendirme y no lo voy a hacer. Iré de acá para allá, sonreiré, odiaré.  Lo que haga falta. De momento tengo un libro en el regazo, El sueño eterno, y una cerveza encima de la mesa. También estoy fumando.
    Suena el teléfono.
    Se han equivocado.
   Intento concentrarme, pero soy incapaz. Esta no es mi semana. Tampoco es mi año. Cabe la posibilidad de que ni siquiera sea mi vida. A veces lo pienso. Me comparo con Bukowski, nada que ver, por supuesto. De ser así, el telefonillo de mi casa sonaría de vez en cuando. Grupos de personas entrarían con cerveza y ganas de follar.
    Estoy en la mierda.
    Soledad en estado puro.
    Bebo cerveza de marca blanca. Amarga como ella sola. Paso las páginas de la novela sin enterarme de nada. En realidad ya estoy pensando en la siguiente que me voy a leer. Me encuentro aturdido. Los golpes de la vida empiezan a hacer efecto. Demasiados crochés. Incontables directos a la mandíbula.
    Hace frío en casa.
    No puedo poner la calefacción.
    Cojo el estuche de la guitarra. No me preocupo en vestirme para la ocasión. Salgo por la puerta con un cigarro en la boca y masticando el plan que llevo fraguando meses. En realidad no tengo ganas. Siento náuseas. Un tremendo escalofrío viaja de nuca a rabadilla.
    Llevo una vieja escopeta de dos cañones.
    Solo existe un objetivo.
   Ahora pensaréis que voy a matar gente. Y puede ser. No será por falta de ganas. Montar el arma, colarme en un centro comercial, o en una gran superficie, y a la mierda. No sería una mala opción. Acabar con una veintena de familias. Reventar a unos cuantos maderos y guardias de seguridad.
    Llego al punto marcado en rojo.
    Logro colarme con una vieja tarjeta.
   Me encuentro en la azotea de uno de los teatros más importantes de Madrid. La seguridad es pésima. Conozco bien el espacio. En estos instantes, el jefe de seguridad está tomando cervezas como si estuviese en una competición. Mano a mano con su compañero de fatigas. Colgando las anillas de las latas en un corcho, como si fusen trofeos.
    Abro una botellita de absenta.
    Me arde la garganta al tragar.
    Qué pensaría Harry Haller si estuviese en mi lugar. Se pondría a leer, supongo. Igual estaría con un ejemplar de Palahniuk entre las manos, o rebanándose los sesos con una novela de  Bohumil Hrabal. No lo sé. Lo único que puedo afirmar es que se habría agarrado a cualquier otra cosa.
    Monto la escopeta.
    Saco dos cartuchos.
    El palo de la muerte está listo para suplantar la realidad. Observo. El público ya está saliendo. Es la hora.
    Aprieto el gatillo y siento el fuego.
   La vida se rompe en mil pedazos,  deja de expresar sentimientos, se vacía por completo. Mi espíritu pierde su valor en el mundo físico. Escucho los gritos. Cientos de gritos. Mi cuerpo se estrella contra el suelo de la entrada principal.
    Fundido a negro.




viernes, 17 de noviembre de 2017

«Arcadia», de Óscar Ryan





Abrí la novela sin esperar nada a cambio y con la primera página ya estaba enganchado (droga sin adulterar). No podía dejar de leer. Es más, modifiqué mis rutinas durante dos tardes para leérmela de tirón. Brutal.

Nota aclaratoria:

Soy un lector compulsivo. Cuando una novela no me cuadra, tardo mucho en concentrarme. Y mucho más en terminarla (con esto quiero decir que «Arcadia» me ha devuelto las ganas de leer).
   

Nota positiva:

Desde el principio me recordó a la «Fundación». Un homenaje en toda regla. Con personajes muy marcados. Los buenos son buenos, y el malo, es malísimo (¡Maldito James Montgomery Jager!).     
    Una novela redonda.
    Me apetecía leer algo así. Personajes con un cometido bien marcado. Sendas fijas e inamovibles. La libertad contra la opresión de un dictador.
    Ciencia ficción cargada de escenarios realistas. Nada de situaciones fuera de contexto. Está claro que es el futuro, una época en la que existen los viajes interestelares y los torpedos de fotones, sin embargo, los escenarios y las relaciones sociales se muestran de un modo entendible, real. En cierto modo, la obra es un espejo histórico.
    Carece de frases pedantes o conceptos científicos inentendibles. Se centra en la acción pero sin llegar a profundizar en los detalles. Es un pedazo de la historia del planeta Arcadia.  

La forma:

Capítulos cortos. Sin parrafadas. Mucho diálogo diplomático. Las frases están bien construidas y muy bien llevadas. Escrita de un modo ágil, dinámico y de fácil entrada cerebral. Podría decir que es para todos los públicos, pero no lo voy a hacer porque mi vara de medir está rota.

Apunte personal:

Desde hoy, «Arcadia» luce en el estante dedicado a Asimov y Arthur C. Clark. ¿Por qué? Porque me ha encantado. Muy aconsejable. Antibélica. Antihumana. Una obra que… ¡LÉETELA!

Nota negativa:

De nuevo me encuentro con un trabajo editorial mediocre. Mala maquetación. Una corrección de errores inexistente. Erratas que podían haberse subsanado y que siguen ahí (¿CÓMO?). Es una pena que los editores competentes no dediquen más tiempo a autores de la talla de Óscar Ryan.



Sinopsis:

Tras el descubrimiento del planeta Arcadia en el año 2615, las autoridades del imperio Galáctico con capital en París, acuerdan utilizarlo como colonia donde albergar a gran parte de los reclusos de las sobrepobladas cárceles imperiales, convirtiéndolos en colonos al servicio de su graciosa majestad Rogelius VII.

El encargado de mantener el orden en la nueva colonia, el gobernador James Montgomery Jager Duque de Clamber, es un personaje egocéntrico y ruin. Ejercerá su poder de forma tiránica, lo que provocará la sublevación del pueblo, capitaneados por su antagonista John Maller, excapitán de la flota galáctica degradado injustamente.

John Mayer y Tom Austin, el alcalde de Trantor, antiguo catedrático de ciencias políticas en la facultad de París, liderarán la revolución contra el imperio, pasando a la acción, pero al mismo tiempo haciéndonos reflexionar sobre el origen de las democracias, los despotismos, los abusos de poder, la libertad de los pueblos, y el futuro de la humanidad.






jueves, 19 de octubre de 2017

«Cuaderno de soledades», de Juan Cabezuelo







Juan Cabezuelo etiqueta su obra como una tragedia barcelonesa de los años 80. Y no se equivoca. Cuaderno de soledades reúne todas y cada una de las cualidades necesarias para que así sea. De entrada, para cualquier lector despistado que no conozca al autor, diré que el realismo sucio forma parte de su magia, de su esencia básica. La novela está cargada de elementos, frases, diálogos y pensamientos que nos sumergen en esa realidad sucia. Ficción de lo cotidiano. Desesperación. Fatiga social. Desamparo. Problemas conyugales. Adicciones. Infelicidad. Desesperación.
    La sinopsis de la novela te presenta a los personajes y te habla de sus patéticas vidas. Dice que prosa y poesía se mezclan en un cóctel caótico y mortal. Solo con esto, ya es suficiente para comprar Cuaderno de soledades (también puedes pedirla prestada, fotocopiarla, contactar con el autor y suplicarle o vivir con la incógnita hasta el fin de tus días).


Hablaré de las emociones encontradas:
   Si digo que la novela me parece emotiva, probablemente, cuando te la leas, acabes pensando que soy un sádico, un desalmado, un ser despreciable. Pero no es así. Cuaderno de soledades me enganchó desde el principio por motivos dispares: los capítulos fugaces, las escenas sueltas y las emociones que transmiten sus personajes, tan dispares. Me enamoró la intriga, el asco, la tristeza de ciertos pasajes, y la emotividad que despertó en mí.  
    Me vi reflejado en otra época. Dentro de mi pasado, en mi infancia ochentera. Escuchando el sonido de aquellos coches. Rememorando el color de los ladrillos de los edificios, el descampado de enfrente de mi casa, los campos de fútbol al aire libre, las vallas de los colegios, la panadería del barrio, las paradas de autobús.
    Según leía, mi mente se bifurcaba. Por un lado no podía dejar de lado la historia, absorbente por sí misma. Por el otro, una saca de recuerdos me dibujaba una sonrisa perenne. Y así hasta el final.
    Maravillosa. Lírica. Inusual.

Apunte del editor:
    Cuando leo a Juan Cabezuelo me siento entendido, sus poemas, cargados de realismo de barracón, me transportan; sus novelas y relatos, me devuelven el pasado. De ahí que trabaje en sus ediciones —me ayuda a sentirme mejor conmigo mismo.
    ¿Por qué lo hago? No quería que un artista como él se viese sepultado por la mala praxis de ciertos seres del mundillo editorial. Es una especie de obligación moral colaborar con uno de mis autores favoritos. Hacer que sus publicaciones mejoren es un placer enorme. Quería que su pasado editorial quedase en un segundo plano. Sinergia artística, amigos.
    Si no tienes el gusto de haber leído nada suyo, deberías probar y eliminar la incógnita de la ecuación.

Mención especial a la portada y su creadora —Sonnyka Ml
    Para mi gusto, una obra maestra. Sencilla. Atrayente. Mágica. La guinda del pastel. El toque visual que faltaba. 

 

miércoles, 18 de octubre de 2017

«Oculto», de Javier Aragonés






Haiku​ —俳句—, aceptado en castellano como jaiku. Estilo japonés de poesía breve basada en el asombro y las emociones producidas por la contemplación del mundo natural. Diecisiete sílabas formadas en tres versos de cinco, siete y cinco.
   
Oculto nos muestra el otro lado del jaiku. Un vistazo a las catacumbas de la gran urbe. Las emociones encontradas en el asfalto. El asombro que produce vivir rodeado de seres infelices que reniegan del medio natural mientras son absorbidos por la polución y el dinero.
    Olvidad las referencias relacionadas con la estación del año. Dejad a un lado el kigo. Cerrad los saijiki. Javier Aragonés nos abre un mundo nuevo, lleno de crítica, sátira y realismo.
    En cierto modo, este poemario es un homenaje a lo tradicional. Solo hay que cambiar el mundo natural por el artificial; las estaciones del año por el concepto «neoliberalismo económico». La visión zen del gran maestro contemplando un arroyo o un bosque, es modificada con astucia. Aquí el gran maestro es un hombre sentado en un puente de carretera. Un hombre normal contando coches, reinventando vidas ajenas e insultando vilmente a sus ocupantes.
    Oculto es ofensivo. No se trata de un trabajo clásico. Es mordaz. Falaz. Una trampa construida con rabia y desdén.
    ¿Inquina? Por supuesto.
    Seguro que Javier sorprende a más de uno. Sí. Un poeta. Un pensador inteligente con un bisturí lírico entre los dedos.




miércoles, 11 de octubre de 2017

Acidez





Sequedad. Ahogo.
Lágrimas que se convierten
en espejismos de tristeza.
Ideas rotas y en desuso.
Amigos que desaparecieron
para siempre.

Todo forma una enorme
bola de mentiras.

La sequedad es angustia.
El ahogo son mis propias manos,
estrangulándome.
Lágrimas de alegría.
Ideas en plena renovación.
Amigos que nunca existieron.

La bola se deshace
y pasa a formar parte
del agua de la taza
del majestuoso váter.