jueves, 19 de octubre de 2017

«Cuaderno de soledades», de Juan Cabezuelo







Juan Cabezuelo etiqueta su obra como una tragedia barcelonesa de los años 80. Y no se equivoca. Cuaderno de soledades reúne todas y cada una de las cualidades necesarias para que así sea. De entrada, para cualquier lector despistado que no conozca al autor, diré que el realismo sucio forma parte de su magia, de su esencia básica. La novela está cargada de elementos, frases, diálogos y pensamientos que nos sumergen en esa realidad sucia. Ficción de lo cotidiano. Desesperación. Fatiga social. Desamparo. Problemas conyugales. Adicciones. Infelicidad. Desesperación.
    La sinopsis de la novela te presenta a los personajes y te habla de sus patéticas vidas. Dice que prosa y poesía se mezclan en un cóctel caótico y mortal. Solo con esto, ya es suficiente para comprar Cuaderno de soledades (también puedes pedirla prestada, fotocopiarla, contactar con el autor y suplicarle o vivir con la incógnita hasta el fin de tus días).


Hablaré de las emociones encontradas:
   Si digo que la novela me parece emotiva, probablemente, cuando te la leas, acabes pensando que soy un sádico, un desalmado, un ser despreciable. Pero no es así. Cuaderno de soledades me enganchó desde el principio por motivos dispares: los capítulos fugaces, las escenas sueltas y las emociones que transmiten sus personajes, tan dispares. Me enamoró la intriga, el asco, la tristeza de ciertos pasajes, y la emotividad que despertó en mí.  
    Me vi reflejado en otra época. Dentro de mi pasado, en mi infancia ochentera. Escuchando el sonido de aquellos coches. Rememorando el color de los ladrillos de los edificios, el descampado de enfrente de mi casa, los campos de fútbol al aire libre, las vallas de los colegios, la panadería del barrio, las paradas de autobús.
    Según leía, mi mente se bifurcaba. Por un lado no podía dejar de lado la historia, absorbente por sí misma. Por el otro, una saca de recuerdos me dibujaba una sonrisa perenne. Y así hasta el final.
    Maravillosa. Lírica. Inusual.

Apunte del editor:
    Cuando leo a Juan Cabezuelo me siento entendido, sus poemas, cargados de realismo de barracón, me transportan; sus novelas y relatos, me devuelven el pasado. De ahí que trabaje en sus ediciones —me ayuda a sentirme mejor conmigo mismo.
    ¿Por qué lo hago? No quería que un artista como él se viese sepultado por la mala praxis de ciertos seres del mundillo editorial. Es una especie de obligación moral colaborar con uno de mis autores favoritos. Hacer que sus publicaciones mejoren es un placer enorme. Quería que su pasado editorial quedase en un segundo plano. Sinergia artística, amigos.
    Si no tienes el gusto de haber leído nada suyo, deberías probar y eliminar la incógnita de la ecuación.

Mención especial a la portada y su creadora —Sonnyka Ml
    Para mi gusto, una obra maestra. Sencilla. Atrayente. Mágica. La guinda del pastel. El toque visual que faltaba. 

 

miércoles, 18 de octubre de 2017

«Oculto», de Javier Aragonés






Haiku​ —俳句—, aceptado en castellano como jaiku. Estilo japonés de poesía breve basada en el asombro y las emociones producidas por la contemplación del mundo natural. Diecisiete sílabas formadas en tres versos de cinco, siete y cinco.
   
Oculto nos muestra el otro lado del jaiku. Un vistazo a las catacumbas de la gran urbe. Las emociones encontradas en el asfalto. El asombro que produce vivir rodeado de seres infelices que reniegan del medio natural mientras son absorbidos por la polución y el dinero.
    Olvidad las referencias relacionadas con la estación del año. Dejad a un lado el kigo. Cerrad los saijiki. Javier Aragonés nos abre un mundo nuevo, lleno de crítica, sátira y realismo.
    En cierto modo, este poemario es un homenaje a lo tradicional. Solo hay que cambiar el mundo natural por el artificial; las estaciones del año por el concepto «neoliberalismo económico». La visión zen del gran maestro contemplando un arroyo o un bosque, es modificada con astucia. Aquí el gran maestro es un hombre sentado en un puente de carretera. Un hombre normal contando coches, reinventando vidas ajenas e insultando vilmente a sus ocupantes.
    Oculto es ofensivo. No se trata de un trabajo clásico. Es mordaz. Falaz. Una trampa construida con rabia y desdén.
    ¿Inquina? Por supuesto.
    Seguro que Javier sorprende a más de uno. Sí. Un poeta. Un pensador inteligente con un bisturí lírico entre los dedos.




miércoles, 11 de octubre de 2017

Acidez





Sequedad. Ahogo.
Lágrimas que se convierten
en espejismos de tristeza.
Ideas rotas y en desuso.
Amigos que desaparecieron
para siempre.

Todo forma una enorme
bola de mentiras.

La sequedad es angustia.
El ahogo son mis propias manos,
estrangulándome.
Lágrimas de alegría.
Ideas en plena renovación.
Amigos que nunca existieron.

La bola se deshace
y pasa a formar parte
del agua de la taza
del majestuoso váter.

domingo, 8 de octubre de 2017

Reconexión







Intento contactar con los espíritus protectores. Cierro los ojos, visualizo. Existe un bloqueo y urge reconexión.
    ¿Qué hacer?
    ¿Por qué hacerlo?
    Necesito olvidar, recolocar y continuar con mi «farsa interna».
    Lanzo los dados sobre la cama y les hago preguntas, como si ellos tuviesen las respuestas que busco. Calavera y martillo es la mejor tirada. El resto no sirve de nada en estos momentos.
    ¿Qué hacer?
    ¿Para qué hacerlo?
    Mis pensamientos están centralizados y no logro sacarlos del maldito bucle en el que se encuentran. Sé que tengo las herramientas necesarias, pero estoy atascado, desconectado de mí mismo. En otro lugar.
    Perdido en la cueva.
    Con toda esa gente dando codazos.
    Echo la vista atrás y reorganizo recuerdos. Ya me pasó otras veces. Tuve una dolencia y no podía dejar de pensar en ella. Tuve problemas y era incapaz de apartarlos de mi lado. Soy un esclavo de mis emociones.
    ¿Qué hacer?
    Los mensajes desaparecen en el firmamento. Los gritos son absorbidos por la nada. Espanto. Risas histriónicas. Resentimiento. 
    ¿Por dónde van a venir las hostias?
    ¿Qué hacer cuando lleguen?
    Quiero enderezar mi cuerpo y formalizar mi nuevo y volátil estado. Abrazar a la persona elegida y perderme entre sus besos. Hablar con todos esos amigos que rellenan el hueco que falta. Sonreír para evitar el llanto. Respirar.
    Reconectar.
    Escribir.
    Llevar mis ideas al abismo.




miércoles, 4 de octubre de 2017

Llorar





No alcanzo a distinguir los motivos, las causas. Últimamente lloro, me desmonto por dentro. Es algo que no logro controlar. Quizás quiera recuperar algo que ya no existe. Igual son palabras amontonadas en algún rincón, incapaces de abandonar mi mente. Un tumor invisible, inexistente, que se convierte en nudo y oprime mi pecho.
    Versos con forma de taladro.
    Pena convertida en vaso de tubo.
    Gotas saladas que cierran las puertas de mi estómago y me obligan a pensar en mi muerte. Ya sé que suena triste, pero es que una parte de mí es triste, ¿acaso no me conoces? Me alimento de melancolía, la digiero y luego la excreto contra el papel en forma de basura emocional. Así funciona esto. A unos les hace daño lo que digo, otros se sienten identificados, los aludidos me señalan y la gran mayoría me ignora.
    «Conocemos al escritor, sí, pero no hemos leído nada suyo».
    Todo lo causa el amor.
    Amores que se enquistan. Amores que tienen la obligación de desandar el camino y volver al punto de partida. Amores eternos incapaces de morir en el intento. Amores que convierten el día a día en un mar de emociones brillantes y hermosas. Amores de hielo que ni la estrella más potente logra descongelar. Amores convertidos en asco y pena.
    Si no fuera por el amor estaría ahogado en un océano de lágrimas. Lloraría durante todo el día. Habría muerto. Necesito el amor en todas sus variables.
    Párrafos de agua salada en los que me hundo.
    Lagrimales secos, cristalizados.
    Recuerdos de una vida que jamás volverá a ser igual. Fotogramas pasados. Diapositivas que me convierten en falso moribundo. «Solo es una mala racha», me digo una y otra vez. Pero no es verdad. La ansiedad está presente. Me persigue, me aísla, me tortura. «¿Ya te has ido?», le pregunto; y ella responde con una punzada en el pecho.
    Solo hay que olvidarla para que deje de existir.