sábado, 7 de agosto de 2021

La vida del escritor…

 


 

 

Siempre pensé en una vida idílica como músico o escritor. De un lado a otro como un lobo solitario. Viajando, de borrachera, sintiendo la libertad en mi rostro. Temporadas encerrado sin salir, escribiendo poemas y trasnochando a la luz de un buena hoguera. Con mi casita rollo cabaña al pie del pantano y una piragua esperando en un embarcadero de madera medio podrida. Aislado por completo de la sociedad. Hablando con un mono disecado o una figura de alabastro para no perder las cuerdas vocales por completo. No importa, siempre he querido estar fuera del mundo, pero con el dinero suficiente como para sobrevivir y poder ignorar todo de un modo elegante. 

Los sueños son aquello que nos definen, y no existe la ley de atracción ni nada por el estilo, solo el trabajo diario y las ganas.

Como escritor desconocido no hace falta decir que mi realidad es muy distinta, y que el mercado literario no tiene cabida para ciertos sueños. En general todo lo que está relacionado con el dinero y la venta es como un bofetón en plena cara. Algo así como un borrón, pero sin cuenta nueva, ya que las deudas se acumulan, viajan a través del éter y se reencuentran con su dueño original una y otra vez. Digamos que siempre hay que pagar por perder todo ese tiempo, aunque sean horas de felicidad personal. La sociedad necesita esclavos con los ojos en blanco.

Sin embargo, ajenos a todo esto, son muchos los que me preguntan: «En serio, ¿no te dedicas a esto? Tío, si eres la polla». Puede que lo que sea, no lo discuto, incluso algo mucho mejor que todo lo imaginado. Pero el caso es que prácticamente vivo con lo justo, o un poco menos. Soy ese lobo solitario, pero muerto de hambre, aislado en compañía, que es más idílico y poético que cualquier sueño.

Lo cierto es que no me interesa mandar ni que los demás me sigan. Es más, no me gusta que me sigan. Me gusta ser un animal salvaje y caminar junto a los míos. Ni me creo ni soy mejor que nadie.

Cualquier otra cosa que pueda decir es como el comienzo de «Trainspotting» o un pasaje de «El club de la lucha». Pero, ¿acaso soy yo un escritor de culto para tomar la palabra de autores como Welsh o Palahniuk? Posiblemente el underground me otorgue algún día una respuesta. Mientras tanto pienso en esa porción individual de mí mismo que alguien estará consumiendo en algún lado. Y de nuevo saco un cigarro y me lo fumo. Soy la hora a la que me levanto, la llave inglesa llena de grasa que aprieta la tuerca que nunca tuve y que jamás sujetó nada. Soy el cerebro lleno de agujeros de Jack, un vaso de whisky que nadie se quiere beber y que se dedica a derretir el hielo, un cubito solitario y sin ideas que flota en un mar de ignorancia social. Soy un operario de mantenimiento carente de ganas, un músico frustrado, un escritor vocacional en busca de: NO SÉ. Y aquí, sigo, cono otro cigarro en la mano, sudando y observando el horizonte.


No me importa lo que pienses de mí, como decía Frank Zappa, «no voy a pasarme toda la vida explicando cómo soy, o me entiendes o no». Lo que me diferencia de los demás es lo mismo que a ti te diferencia de mí. El reflejo de mi rostro en un charco de lodo nada tiene que ver con el tuyo frente al espejo. Soy un desecho, basura, un pensamiento divergente.

 

 


 

martes, 6 de abril de 2021

Delirios de madrugada I

 


 

De nuevo estoy despierto a las dos de la madrugada. Llevo tres horas con el niño en brazos y mi deseo de agarrarme a la botella de Jack Daniel’s crece por momentos. Quiero abandonar esta realidad tormentosa y absurda, pero solo el tiempo es capaz de dibujar nuevas sendas y crear mundos fantasiosos donde mi cuerpo caiga en una montonera de nubes de algodón de azúcar y descanse las horas muertas. 
    Recuerdo hace años, aquella botella de ron miel, y a cada instante un pequeño vasito de elixir helado, y cada dos horas un porro, y cuando llegó la noche un mareo alegre me obligó a cerrar el documento y encender la televisión. Afuera la tormenta descargaba con furia, tanto agua como electricidad convertida en rayos, relámpagos y estridentes truenos. Eran días en los que escribía y leía toda la tarde. Y al margen de currar de vez en cuando para no morir de hambre, solo hacía eso, sembrar documentos de letras, cultivar mi mente con historias y ensayos. 
   Ahora todo es distinto, y aunque parezca algo extraño, mucho mejor que aquellos días de borracheras y fumadas, de lecturas interminables y vomitonas sobre el papel en blanco. Es cierto que apenas duermo (dormimos), una media de tres o cuatro horas al día, sin embargo sigo en pie, falto de energía, pero muy feliz con este niño en brazos y una mujer increíble a la que adoro.
  El cansancio domina mi mente. Me frustra. Bombardea mis ideas y las intenta destruir. ¿Cómo estoy? Cabreado por momentos y lleno de vigor, lo sé, es una controversia. Procuro seguir escribiendo y editando, intento escuchar música y buscar grupos nuevos, jugar, sonreír, bailotear. Vivo para no dejarme llevar por cierta desidia que sobrevuela por encima de nuestras cabezas y nos apunta con su artillería pesada.