lunes, 14 de octubre de 2019

Fiel a mí mismo


En relación a «Decadencia», mi décima novela...


Si eso que dicen es cierto y los niños vienen con un pan bajo el brazo, este será mi trabajo más vendido. Pero ya sé que os suda la polla y pasáis de comprar libros. No hay nada que hacer. Incluso si digo que esta historia vuelve a ser realista y loca, bukowskiano-surrealista, con un toque metaliterario anestesiante y anárquica. Ya sé que te llama la atención. Quieres un ejemplar, se te nota en la cara, lo quieres pero no lo vas a pillar porque no lees. Maldita controversia.

«Decadencia» es extraña y normal al mismo tiempo, no sabría cómo explicarlo. Se aleja del Neo Noir con el que irrumpí en este pútrido mundillo. Sin quererlo del todo, durante el proceso de escritura acabé totalmente sumergido en la decadencia del ser humano. Una obra rápida, sencilla, y carente de alardes técnicos y descripciones pesadas. Salvaje y tierna. Hago apología a la mala fe. Violenta y no violenta. La dosis de realidad es letal. ¿Tiene algo de autobiográfico? No, joder. ¿Abandono con esto el género de terror? No, no, no. Me gusta variar. Es más, no creo que haya escrito nada tan terrorífico en mi vida. La escribí unos meses antes de la muerte de mi madre, como si fuese cierto preludio de su liberación. «Decadencia» tiene algo especial, no sé qué es, pero lo tiene. Y sale a la venta unas semanas antes del nacimiento de mi primer hijo. Sin pensarlo ni planearlo.

Me gustaría amenazar de muerte a todo aquel que llegándole esta información no la compre. En esta ocasión, llegaría a pagar a unos rusos sádicos para asesinar a los no interesados, pero no tengo pasta, y si la tuviese me la gastaría en diversiones perversas. En fin, no os doy más la chapa. ¡A pastar!


martes, 1 de octubre de 2019

Un jodido entremés



Fumar. Esperar. No usar comas. Observar el humo que sale de mi boca. Pensar. Darle vueltas a lo mismo. Ver cómo los pájaros devoran higos en el patio. Entrar y salir de casa, como alma en pena, arrastrando los pies. Imaginar un mundo sin seres tóxicos (la gran mentira social). Caer en un bucle, caer, caer, caer. Acudir a los pies de la cama y verla dormir, sentir a ese inocente ser que se mueve en su interior, mitad ella y mitad yo (está fuera de lugar, pero la amo, los amo; seguro que sueña con nuestro infierno, ahora de los tres). Solo existe una cosa capaz de calmar mi sed de sangre: sentarme en el escritorio, escribir y dejarme llevar por la redundancia. Volver a fumar. Esperar que se encienda una luz en mi interior y dilucidar. La conclusión a la que llego es que debería fabricar napalm y prender fuego a todos los que trabajan en esa jodida oficina. Nadie en su sano juicio vive sin imaginar atrocidades, genocidios o burradas sanguinolentas. Y de nuevo fumar. Esperar. Obviar el uso de las comas, como si fuese un jodido norteamericano veraneando en Madrid (ya sé que no estoy en Ciudad Juárez, aquí hay menos sangre regando las calles y mucho serrín rellenando cráneos). Fumar y divagar, lanzar frases contra el vacío. Poetizar mientras me alejo de lo convencional. Espiral lírica, me atrevería con empírica, pero no quiero caer en rimas ripiosas de mal gusto (¡Oh, mierda, lo he vuelto a hacer!). Callar, cerrar el pico y concluir. Esto no es más que un jodido entremés, un ejercicio que me sirve para no olvidar lo que soy: una bestia. ¿Quién eres tú? ¿Lo sabes? Si la respuesta es un NO, tienes que borrar mi rostro de tu memoria y pensar que la gente como yo no existe.




Insomnio



Abres los ojos y son las cuatro de la madrugada. Ahogo, sudores fríos, sequedad bucal. Intentas dormirte de nuevo, pero sabes que es imposible. Maldices, lloriqueas, parpadeas. Observas el exterior. La noche está cerrada, no hay luna. El otoño abraza con fuerza lo que queda del verano, parece como si lo quisiera estrangular. Tragas saliva, notas presión en el pecho, temblores. Rebuscas en tu interior y no existe un motivo concreto para tu insomnio. Quizá te sientas culpable por algo, sí. Puede que se trate de hambre. No importa. Te levantas, llenas un vaso con whisky, haces un cigarro y vuelves a la misma mierda de siempre. Cada año que pasa te queda uno menos de vida. En el fondo eres el terror, tu mayor terror. Mientras piensas, las cuatro se convierten en las cinco, en las seis, y el primer vaso de whisky en el segundo, en el tercero. Y así transcurre el tiempo, para unos convertido en alcohol, para otros en azúcar. Una existencia carente de emociones sanas. La muerte llamando a la puerta.