martes, 29 de marzo de 2022

LA INTERPRETACIÓN DE SILENCIO (un relato de Román Sanz Mouta)

 



Yacía inerte en la piltra cuando los guardias entraron rompiendo el amanecer, con lo cual me preparé para acusación o paliza gratuita, sin recordar apenas la última vez que hice daño a alguien de tan común que resultaba. Pero no; un invitado. Compañía al fin. Pese a que me había cargado al anterior recluso. Pobre diablo, demasiado bocazas. No me dejaba dormir parloteando constantemente de cómo añoraba el sabor a cereza de su mujer. 
     Contemplé despacio al nuevo. Un tipo fornido pero nervioso, con la cabeza baja, ocultando su temblor. Una pieza fácil que no duraría. Pasé de contestar a su tibio saludo de mierda, no estábamos en un lugar civilizado. Dejó sus cosas en el catre inferior y se tumbó. Pronto lo escuché sollozar. Lamentable. 
     Llegó la hora del patio pre-comida, y nos obligaron a salir. El nuevo se mantuvo tras mi sombra, como si quisiese protegerlo, como si yo fuese su amigo. Imbécil. 
     Tal que suele ser habitual, el resto de residentes lo mantuvieron controlado ese primer día, sopesando, apostando, escogiendo quién se lo quedaría de cónyuge, víctima o simple esclavo. La vida es dura entre estos muros si no te impones de inicio, si no traes una historia detrás y la confirmas. Por eso yo soy inmarcesible, nadie me toca, nadie se atreve. No tras lo que les hice a los otros; a tantos otros y otras Ese poder me concede prioridad de caza. Y quizá la aprovechase. Un capricho no amarga. 
     El nuevo se sentó frente a mí en la hora del papeo, todavía a mi estela. Imbécil. Mudo, pero imbécil. Por fin, para meterse algo de manduca apestosa en la boca, alzó el rostro atractivo. El corazón me palpitó como durante una masacre bañado en sangre propia y ajena rebosante de alegría. Lo reconocí. ¡Maldición! No podía ser. 
     Guardé ese secreto para mí. Al final sí que hablaría con el nuevo y sí ejercería mi derecho de pernada. 
     Cuando nos retornaron a la estrecha celda lo afronté. «Tú eres el protagonista de la saga Mirada de Níquel. Tú eres el Detective Silencio, el antihéroe por excelencia». No lo negó, llena su cara de rubor y vergüenza, con una mirada triste a modo de respuesta. «¿Cómo has acabado aquí? Me encantan tus pelis. Eres el mejor». 
     Sollozando de nuevo, me contestó «cargaron las pistolas con balas de verdad. Me cargué a mis compañeros de rodaje durante una escena. Enloquecido, también maté, sin querer, a director y productor. Pensé que se trataba de una broma. Fue un accidente…». Lo pronuncio desquiciado y tartamudeando, lo traduzco aquí para vosotros. 
     Curioso cómo la mejor vida se tuerce por un error, por una trampa; quizá estuviese loco, o fuese bipolar. Me percibía lleno de preguntas sobre su carrera, sobre la inspiración del psicópata detective que quizá terminó por poseer al actor, pero clausuré mis labios. Mañana. Le regalaría tiempo, y algo más. 
     A partir del siguiente día lo adopté, convirtiendo su existencia carcelaria en algo asumible a cambio de indagar sobre su biografía; cómo llegó a convertirse en actor, por qué, las sensaciones al interpretar los diferentes papeles, el trato con el resto de estrellas o el público, la cantidad de sexo obtenido con el éxito, la manera de meterse en la piel de otras personas, y, sobre todo, acerca de mi adorado Silencio, el nombre porque el que lo trataba ignorando el verdadero. 
     Fueron semanas de ajetreo, pues interioricé todas sus experiencias, viviéndolas casi en primera persona. Y él disfrutaba de una segunda fama tras la fama, una inesperada y que le garantizó la seguridad necesaria en su periplo entre rejas. Además, recibió buenas noticias, pues los abogados, de buffet caro, habían conseguido una revisión del caso, prometiéndole la salida inmediata de prisión. 
     Supe que debía actuar ipso facto, calculando el tiempo al dedillo. Una noche, tras absorber las últimas dudas que albergaba sobre su recorrido como el Detective Silencio, y considerando que ya no podía aprender más sobre él, lo asfixie con la almohada. El imbécil no lo vio venir, y murió, irónicamente, en silencio. Después, le arranqué la cara con el cuidado de un experto que ya ha realizado dicha maniobra cientos de veces. La operación posterior fue larga y ardua, con la suerte de que mi cuerpo ya se veía parecido al suyo. Para montar a continuación un escenario plausible que se creyesen los guardias, uno de locura imprevisible, a sabiendas que los picapleitos vendrían a por el intérprete en apenas minutos. 
     Todo listo. 
     Salí de la penitenciaria con el rostro prestado de miedo y alivio que se esperaba de mí, el célebre actor hollywoodense, mientras el resto de los presos y carceleros se preguntaban cómo el mayor asesino en serie de la historia fue presa de un ataque de incordura tal que se arrancó la cara, se destrozó le cuerpo y se comió parte del mismo para ahogarse en el proceso. 
     Tras un juicio dantesco y la liberación completa de cargos, hoy asisto a la premier de mi primera película como Silencio, y no puedo estar más feliz. Bueno quizá tras un buen asesinato…


1 comentario:

  1. José David Martín Bartolomé29 de marzo de 2022, 19:56

    Me ha encantado. Mil gracias, compañero.

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