martes, 1 de octubre de 2019

Un jodido entremés



Fumar. Esperar. No usar comas. Observar el humo que sale de mi boca. Pensar. Darle vueltas a lo mismo. Ver cómo los pájaros devoran higos en el patio. Entrar y salir de casa, como alma en pena, arrastrando los pies. Imaginar un mundo sin seres tóxicos (la gran mentira social). Caer en un bucle, caer, caer, caer. Acudir a los pies de la cama y verla dormir, sentir a ese inocente ser que se mueve en su interior, mitad ella y mitad yo (está fuera de lugar, pero la amo, los amo; seguro que sueña con nuestro infierno, ahora de los tres). Solo existe una cosa capaz de calmar mi sed de sangre: sentarme en el escritorio, escribir y dejarme llevar por la redundancia. Volver a fumar. Esperar que se encienda una luz en mi interior y dilucidar. La conclusión a la que llego es que debería fabricar napalm y prender fuego a todos los que trabajan en esa jodida oficina. Nadie en su sano juicio vive sin imaginar atrocidades, genocidios o burradas sanguinolentas. Y de nuevo fumar. Esperar. Obviar el uso de las comas, como si fuese un jodido norteamericano veraneando en Madrid (ya sé que no estoy en Ciudad Juárez, aquí hay menos sangre regando las calles y mucho serrín rellenando cráneos). Fumar y divagar, lanzar frases contra el vacío. Poetizar mientras me alejo de lo convencional. Espiral lírica, me atrevería con empírica, pero no quiero caer en rimas ripiosas de mal gusto (¡Oh, mierda, lo he vuelto a hacer!). Callar, cerrar el pico y concluir. Esto no es más que un jodido entremés, un ejercicio que me sirve para no olvidar lo que soy: una bestia. ¿Quién eres tú? ¿Lo sabes? Si la respuesta es un NO, tienes que borrar mi rostro de tu memoria y pensar que la gente como yo no existe.




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