martes, 1 de octubre de 2019

Insomnio



Abres los ojos y son las cuatro de la madrugada. Ahogo, sudores fríos, sequedad bucal. Intentas dormirte de nuevo, pero sabes que es imposible. Maldices, lloriqueas, parpadeas. Observas el exterior. La noche está cerrada, no hay luna. El otoño abraza con fuerza lo que queda del verano, parece como si lo quisiera estrangular. Tragas saliva, notas presión en el pecho, temblores. Rebuscas en tu interior y no existe un motivo concreto para tu insomnio. Quizá te sientas culpable por algo, sí. Puede que se trate de hambre. No importa. Te levantas, llenas un vaso con whisky, haces un cigarro y vuelves a la misma mierda de siempre. Cada año que pasa te queda uno menos de vida. En el fondo eres el terror, tu mayor terror. Mientras piensas, las cuatro se convierten en las cinco, en las seis, y el primer vaso de whisky en el segundo, en el tercero. Y así transcurre el tiempo, para unos convertido en alcohol, para otros en azúcar. Una existencia carente de emociones sanas. La muerte llamando a la puerta.




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