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Bienvenidos
J. Daniel Aragonés Cuesta
lunes, 17 de noviembre de 2014
viernes, 14 de noviembre de 2014
Noticias de la sierra
Dos investigadores, ambos en paro, encuentran una seta duplex en Galapagar preparado para el fornicio con ninfas, propiedad del mismísimo Papá Pitufo.
La comunidad pitufa no da crédito. Al parecer, el conocido alcalde sacó dinero de los fondos AntiGárgamel y se los gastó en fabricarse el setazo de lujo, un lugar íntimo donde poder practicar sexo consentido con las prostitutas del bosque (conocidas como ninfas).
Teletipos salvajes
El Yeti madrileño se queja, mediante una carta anónima, en un conocido periódico:
"La subida de la tasa de paro me ha perjudicado de forma exasperante. Hoy por hoy, la montaña está llena de campistas de lunes a domingo. No se puede soportar. Necesito salir de la cueva"
Su enfado es monumental.
"Me gustaria ser un pájaro, sueño con serlo. A veces me imagino sobrevolando picnic y cagando encima de apetitosas meriendas familiares. Debe ser la ansiedad, que me turbia la mente"
Firma como: Anónimo Peludo Gigante.
"La subida de la tasa de paro me ha perjudicado de forma exasperante. Hoy por hoy, la montaña está llena de campistas de lunes a domingo. No se puede soportar. Necesito salir de la cueva"
Su enfado es monumental.
"Me gustaria ser un pájaro, sueño con serlo. A veces me imagino sobrevolando picnic y cagando encima de apetitosas meriendas familiares. Debe ser la ansiedad, que me turbia la mente"
Firma como: Anónimo Peludo Gigante.
Noticias de la sierra
Dos apacibles trols, amigos desde la infancia, han sido detenidos por las fuerzas del envalse de Valmayor esta madrugada. Al parecer, ambos en estado de embriaguez, involuntariamente han ingerido setas con GNOMOS dentro.
Se les acusa de homicidio involuntario.
jueves, 13 de noviembre de 2014
Juzgado 37
El ascensor metálico es una caja de espejos inanimados,
un juguete en manos de un ordenador central. Se siente la irrealidad en su
interior. Marco el número diez, el infierno más alto, y subo sin darme cuenta.
Ellos van de traje y corbata, algunos se creen
dioses; ellas se camuflan de otra manera, tienen más libertad, o eso piensan.
Sinceramente, bajo mi corrosivo filtro, no creo que muchos de los presentes se sientan
cómodos con sus roles. Es sus caras se lee la falta de ganas. Es un poco
decadente, se lo toman como si fuese un juego.
El pasillo está lleno de puertas y pequeños
recibidores. Cientos de personas se agolpan como ciervos salvajes. Me paro en
el descansillo 37, miro al abogado que cubre mis espaldas y nos reímos de la
realidad. Él no es como el resto, es un resto, un retal sobrante, una página en
blanco. Es mi reflejo legal.
El dinero se transforma en perdón, y el perdón en
una burda trampa gubernamental. Da asco, lo sé. El sistema está tan podrido que
incluso la salvación huele a estiércol. Por suerte, las conversaciones absurdas
dan por fin sus frutos.
Un abogado de marca registrada me chequea. “No me
leas si no quieres, títere”, le digo en tono suave y sin venir a cuento. Es
evidente que el tipo no sabe de lo que hablo, pero me da igual. “No escribo
para ser entendido, sino todo lo contrario, busco descartar lectores”, vuelvo a
decir antes de girarme por completo.
Casi todos los presentes parecen gacelas vírgenes
en busca apareamiento: unos buscan el premio del placer y otros, simplemente
quieren joder.
En la calle llueve. Lleva días lloviendo. Es la
una del mediodía. Mi defensor quiere celebrar la victoria tomando una cerveza,
y yo nunca hago ascos a una cerveza. Está decidido, nos tomaremos una cerveza,
o dos.
Ahora ya no soy un supervillano, han borrado mi
expediente y parte del pasado. Solo los jueces pueden modificar los
acontecimientos, al menos, eso se creen. Desde hoy vuelvo a ser un héroe
maldito, al menos, eso me creo.
Aquellos que resisten, ganan.
Tres Ochos: pedacitos de infierno
Un
cenicero vacío.
Gaudeamus,
el sendero que conduce al fondo de la última copa.
Irreverenciados
en el ocaso (Dr. Irreverente colección. XXº)
Vuelvo a pensar en el humo, todo se parece a lo de antes; las ratas me
susurran al oído, los niños se drogan, las viejas sonríen mientras observan sus
braseros de picón y las manchas de la pared parecen caras opacas. Mundos
imposibles.
Observo mi entorno y me doy cuenta de que llevo años dando vueltas en
círculo. Piso el suelo metálico de un cenicero vacío y redondo, así de simple.
Alguien limpió y se fue. Ya no hay rastro de la fiesta.
Pasé por aquí hace tiempo, pero el espectáculo ha mutado, todo lo
acontecido ha servido de masacre emocional y se ha volatilizado. El sendero
nace en un manantial de lágrimas negras y muere en un cenizal.
A veces no siento estar en el mundo normal, creo vivir en un lugar de
fantasía cruenta, de oscuridad luminosa. Observo los rostros y veo más allá. No
sé qué piensan sobre mí, pero en ciertas ocasiones las sacudidas intelectuales
me avisan del peligro: no soy bien recibido en ciertas mentes, lo sé, aunque eso
no quita adhesión al asunto, simplemente le unta un poco de animadversión
tempestuosa.
Soy como el moho verdoso del pan. Soy ceniza volátil y apestosa.
Camino por la capital, hago acopio de cierta arrogancia y avanzo. Es
temprano, quizás demasiado, aunque no es importante para mí, pues me gusta
sentir el azote de la madrugada. Las camareras
están sacando las sillas que ocuparán la sombra diurna. Al fondo de la
calle hay un bar abierto, diría que no cerró en toda la noche. Sobre una de las
mesas hay un cenicero vacío. Todo está hecho un verdadero asco, todo menos el
cenicero virgen.
Una alcantarilla se abre frente a mis ojos. Dos ratas hablan y mascan
cables. Las muy putas sonríen mientras vigilan la entrada del cosmos subyacente.
Enciendo un cigarro y carcajeo. No lo puedo evitar, necesito saltar al interior
del húmedo laberinto.
Escucho las voces de la realidad. Ahora lo sé, conozco la verdad. Muchos
ríen cuando necesitan morder.
El agua estancada de la ciudad, alcantarilla social. La suciedad engendra
vida bajo el asfalto.
Necesito respirar y dejar a un lado a todos esos tipos infectos y
presuntuosos. La noche me aporta el abrigo necesario. No tengo miedo de perder
nada. La tormenta alimenta mis emociones fangosas.
El sendero que conduce al fondo de la última copa –quitapenas eterno–, el santo grial de las
nuevas estaciones. Asomo la cabeza por el borde y me dejo caer. Gaudeamus.
Los pájaros empiezan sus matracas vespertinas. Sale el sol luciendo
resaca primaveral. Nada parece anómalo.
Brilla por su ausencia el hilo musical subversivo, pero eso no debe
importar, la mentira es un arma de doble filo.
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