miércoles, 4 de octubre de 2017

Llorar





No alcanzo a distinguir los motivos, las causas. Últimamente lloro, me desmonto por dentro. Es algo que no logro controlar. Quizás quiera recuperar algo que ya no existe. Igual son palabras amontonadas en algún rincón, incapaces de abandonar mi mente. Un tumor invisible, inexistente, que se convierte en nudo y oprime mi pecho.
    Versos con forma de taladro.
    Pena convertida en vaso de tubo.
    Gotas saladas que cierran las puertas de mi estómago y me obligan a pensar en mi muerte. Ya sé que suena triste, pero es que una parte de mí es triste, ¿acaso no me conoces? Me alimento de melancolía, la digiero y luego la excreto contra el papel en forma de basura emocional. Así funciona esto. A unos les hace daño lo que digo, otros se sienten identificados, los aludidos me señalan y la gran mayoría me ignora.
    «Conocemos al escritor, sí, pero no hemos leído nada suyo».
    Todo lo causa el amor.
    Amores que se enquistan. Amores que tienen la obligación de desandar el camino y volver al punto de partida. Amores eternos incapaces de morir en el intento. Amores que convierten el día a día en un mar de emociones brillantes y hermosas. Amores de hielo que ni la estrella más potente logra descongelar. Amores convertidos en asco y pena.
    Si no fuera por el amor estaría ahogado en un océano de lágrimas. Lloraría durante todo el día. Habría muerto. Necesito el amor en todas sus variables.
    Párrafos de agua salada en los que me hundo.
    Lagrimales secos, cristalizados.
    Recuerdos de una vida que jamás volverá a ser igual. Fotogramas pasados. Diapositivas que me convierten en falso moribundo. «Solo es una mala racha», me digo una y otra vez. Pero no es verdad. La ansiedad está presente. Me persigue, me aísla, me tortura. «¿Ya te has ido?», le pregunto; y ella responde con una punzada en el pecho.
    Solo hay que olvidarla para que deje de existir.  




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