Una flecha de silencio atraviesa mi mente. Tras
ella, un rastro de fuego anaranjado que funde el asfalto neuronal.
Siguiendo el trazo llegamos a un infierno repleto
de almas pútridas, demonios huidizos y concubinas del atávico y acechante señor
oscuro.
Miles de edificios en ruinas, antaño
esplendorosos, se alzan chorreantes de sangre y fluidos de origen desconocido.
De las ventanas emergen cuerpos convertidos en etéreos sujetos infernales:
ideas muertas, antiguos recuerdos.
Los sujetos etéreos gritan despavoridos. Chillan.
Las frecuencias de sus voces se unen en un bullicio estridente y soez. Es la
música de las tinieblas, el sollozo de un perdón transformado en prostituta asexuada,
carente de seña identificativa, la cual, te hará pagar por sus umbrosos
servicios.
El ángel exterminador tampoco tiene sexo, y está
al otro lado de la calle, como una sombra carente de cuerpo, a la espera de
engullir a los falsos profetas, a los descerebrados, a los esclavos voluntarios,
a los hijos de la conformidad…
Ha comenzado una cruel guerra. Cientos de flechas
de silencio se cuelan en el infierno urbano de mi mente, ardientes todas ellas,
dispuestas a terminar de una vez con mi existencia. Los arqueros de la
discordia están al otro lado, frente a mis ojos, en el mundo gris de la
fatalidad, tan idiotas como lo fueron sus padres y los padres de sus padres. Comandados
por la estupidez.
El señor oscuro ocupa su trono de acero fundido.
Indiferente. Dispuesto a ingerir el fuego de la discordia, para así avivar las
llamas de la urbe infernal que rige. Para él no existe tal guerra.
Pero ellos, los arqueros, reflotan en el fango de
ignorancia, y siguen lanzando fuego, y siguen recibiendo órdenes, y siguen
marcando el final de sus tediosas vidas.
No existe el campo de batalla. Todo forma parte
del infierno. Un lugar yermo cargado de imágenes aterradoras.
Los esqueletos de piedra caminan por las derruidas
aceras. Algunos aún poseen pedacitos de carne consumida entre las costillas.
Portan estandartes, viejas señales que ya no significan nada, y se retuercen de
dolor. Ellos fueron arqueros una vez, hace mucho tiempo.
Las legiones lóbregas esperan la llamada del
juicio final. Permanecen en silencio, atentas, alzando los filos romos de la
crueldad más aplastante, ocultas en la trastienda del horror.
El rostro del señor oscuro es una sombra
interminable, una amenaza envuelta en magma. Emite susurros, infrasonidos que hacen
temblar los derruidos cimientos de la moralidad del mundo gris. Y os está
esperando…
cuando se es un genio, se es un genio, no hay otra, que bueno eres cabronazo.
ResponderEliminarEs muy acertivo
ResponderEliminarFelicidades
Bueno, qué decir. Esto es una obra maestra. Me descubro el sombrero.
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